Cada vez está más claro que, a pesar de todas las reformas que desde arriba se han impuesto para generar la ilusión de que vivimos una transición a la democracia, la realidad es que la mayor parte de la ciudadanía mira con absoluto desapego lo que arriba se anuncia con bombos y platillos: la elección del 2012 y, previamente, la elección de gobernador en el estado de México como el “gran” ensayo general.
La clase política, embebida de su soberbia que le impide ver lo que realmente está pasando en el país, se sujeta a una agenda sin darse cuenta que ésta es impuesta desde los medios de comunicación: el Demiurgo de los políticos profesionales. Esa agenda política se le impone tanto a los que participan dentro de las reglas del juego como a aquéllos que aparentan estar en contra de esas reglas, pero quienes también son absolutamente respetuosos de las mismas. Por eso, el calendario y la geografía de arriba son completamente comunes a ambas expresiones. El calendario es el 2012 y sus elecciones.
Todos, hasta los más aparentemente radicales, hablan de esa fecha no como si fuera una fecha cabalística que cierra y abre un ciclo, sino simplemente como una meta; como un objetivo al cual llegar, porque no se está muy seguro de poder arribar a él. El gozo no es por las perspectivas que abre sino por llegar. De esta manera, los festejos del bicentenario y los del centenario no han sido otra cosa que pasajes hacia el 2012.
La fecha que realmente importa. Exhausta por los últimos 16 años, la clase política está convencida de que ha hecho tanto para sobrevivir que se merece un 2012 tranquilo. Donde todos jueguen los papeles que ya están distribuidos de antemano. Que la ilusoria transición a la democracia siga su curso mediante la continuidad de una supuesta alternancia. El regreso del PRI se anuncia con bombos y platillos.
Ahora se le llama alternancia al regreso sin gloria del PRI, como si alguna vez las prácticas políticas, la cultura política priísta, se hubieran esfumado. El gran triunfo cultural del PRI es que gobernó sin ejercer la presidencia, ya que toda su filosofía —digo, si pudiéramos hablar en estos términos y no dijéramos la verdad: toda su estulticia— siguió organizando a la clase política y buscando desorganizar a los de abajo.
Al final, lo que se ha vivido es una fase prolongada de la crisis del sistema de partidos, misma que, casualmente, los teóricos de esta materia ahora buscan reducir a una crisis de la alternancia panista, como si “el mando” no estuviera ya compartido por todos, hasta los más chiquitos, si entendemos al Estado en todo su entramado de instituciones y mitos.
Por lo menos, todos aprueban el presupuesto federal, año con año; todos se comprometen con una política de seguridad nacional que busca criminalizar a los ciudadanos; todos comparten, El país de arriba, el país de abajo Sergio Rodríguez Lascano 29 con algunos matices sin importancia, el modelo económico; todos viven, sobreviven y gozan con el único sistema de supuesta democracia que conocen: un sistema representativo, ya de por sí pervertido, que todavía es impregnado por un toque propio de la clase política mexicana. Todos viven de aparentar no ya que dirigen el proceso, pero por lo menos que lo administran, y todos comparten cada determinado tiempo un soplamocos que les propinan los verdaderos hombres del poder o los dueños de los medios de comunicación.
Porque ellos son extremadamente exigentes: no sólo quieren la genuflexión de todos los políticos sino que, además, quieren que les sirvan como tapete para realizar sus fechorías. Ahora, en los preparativos hacia el 2012, vamos a ver una nueva versión de una película ya muy vista y ahora muy ignorada: Charros contra gángsters. Una vez más, se iniciará con supuestas polarizaciones y admoniciones catastrofistas: “si no es en el 2012, no existe ninguna otra posibilidad de cambiar este país de manera pacífica”.
Claro, el planteamiento tiene dos errores: pensar que alguno de los actores quiere cambiar el país y soñar que solamente con la vía electoral se puede lograr ese objetivo.